El sonido de las letras

5.11.13

Pan de muerto

Camilo remojó una canilla en el café de olla que le había servido su mamá.
-No me gusta el pan de muerto porque es muy seco.
-Está sabroso. Además ésta sí es la receta original pa' que veas- dijo Doña Lola.
-¡Ay! ¿Y cómo sabes si todos saben igual?
-No, por eso fui hasta allá, hasta atrás de la vidriería para traer éste. Ahora lo anda haciendo el hijo de Don Chemita, porque él anda malo de la artritis. Lo vi hace rato que fui y ahí le andaba diciendo a su hijo que le echara más manteca, que se aprendiera bien las cantidades de todo porque la receta del pan de muerto era la única herencia que le iba a poder dejar. Dice que anda muy mal el negocio.
-Oye, ¿Pero por qué dices que es la receta original? ¿Él lo inventó?
-Su abuelo. Sí, si no creas que esto del día de muertos tiene mucho. Decía mi abuelita que a ella todavía le tocó ver que los ángeles se llevaban a la gente. Pus', de hecho, ella alcanzó a conocer a Doña Angélica cuando era niña.- Doña Lola hizo una pausa para darle el último sorbo al café y miró a Camilo fijamente, primero viéndolo al ojo izquierdo y luego concentrando toda la vista en su ojo derecho. Continuó. -Es que antes, cuando ya te ibas a morir, mandaban a tu ángel de la guarda para que viniera a recogerte y él mismo te encaminara al cielo. Pero hace tiempo, hubo una señora en el pueblo que se llamaba Angélica. Se había quedado viuda muy joven porque su esposo se murió en la Revolución. Le duró varios años el luto pero con el paso del tiempo, un compadre que tenía le empezó a echar el ojo. El señor era casado pero le dijo a Angélica que si se animaba, dejaba a su mujer y se escapaba con ella a Querétaro porque allá tenía conocidos. Total que como ella se sentía sola, le dijo que sí se iba con él y quedaron de irse a principios de diciembre para pasar la navidad allá y así le daría tiempo a él para juntar dinero y tener algo de reserva por si se tardaba en encontrar trabajo.
Pero la cosa fue, que en una de la visitas que le hacía el señor a Angélica, los cachó una prima de la esposa. Entonces fue con el chisme para advertirle a su prima que el marido le andaba poniendo los cuernos. La señora se requetencanijó y le reclamó al esposo pero él lo negó todo. Tons' pasaron unos días, y la esposa que traía la espinita clavada le empezó a esculcar sus cosas al marido y le encontró una carta de Angélica. Ahí le decía que aceptaba irse con él pero que tenía que ser antes porque ya se había corrido el chisme y que todos en el pueblo la miraban feo y le gritaban cosas porque le había bajado el hombre a la comadre. Que tenía hasta que empezara noviembre y que si no, se olvidara de ella.
Total que el señor aceptó la condición y quedaron de verse en la afueras el primero de noviembre. Quedaron en cierta hora, ya noche. Le dijo a Angélica que lo esperara si veía que no llegaba, porque se iba a salir a escondidas pero que su mujer lo había estado presionando mucho y que no sabía cómo se iban a poner las cosas.
Esa noche, cuando él abrió la puerta de su casa lo recibió su esposa con un balazo en la cara. Amarró el cuerpo a la carreta y fue a casa de Angélica para saldar cuentas con ella. Le gritó con toda su rabia que saliera. Angélica ya estaba en la orilla del pueblo esperando al compadre, con un jorongo y un cuadrito de la virgen. Nada más.
La comadre al ver que Angélica no salía, rompió una ventana y se metió a su casa. Se imaginó que ya había huído pero en la carta que le encontró a su esposo no decía el punto de encuentro. Así que metió al compadre arrastrando y le prendió fuego a la casa.
Angélica esperó muchas horas a un lado del camino a su amante, pero nada. Cuando volteó hacia el pueblo y vio a lo lejos su casa hecha un fogón, supo que no podía volver.
Totalmente desamparada, comenzó a llorar. Sintió tanta pena que pidió al cielo morirse.
No se imaginó que el ángel de la guarda que asignaron para encaminarla era su difunto esposo.
-Vente vieja. Acá ya estarás tranquila y podemos estar juntos otra vez. No creas que me enojé por lo de mi compadre. Siempre te estuve cuidando y vi que me guardaste luto. Pero cuando pasó más tiempo te sentiste muy solita y por eso pasó lo que pasó. No te aflijas, yo te entiendo. Vente vieja.- Repitió su viejo arrugando la barbilla y empezó a quitarle el cabello que le tapaba las narices.
Ella se sintió la peor de las mujeres. Su pobre marido cuidándola desde el cielo y ella haciendo sus tarugadas.
-No, gracias.- dijo Angélica muy seca. -Ya no tarda mi compadre, aquí lo espero. Yo ya ni te quiero. Si te hubiera querido no hubiera hecho esta tontería. Además tú me dijiste que ibas a regresar cuando tu General Villa tomara Celaya y nunca te volví a ver. ¡No sabes lo que se siente haberte llorado tanto tiempo, malcomiendo y maldurmiendo por la pena y por la falta de dinero! ¡Vete, déjame aquí, que ya no tarda mi compadre!.-
-Y así se quedó llorando, sentada en la tierra a la orilla del camino. Amaneció y aunque la sed y el hambre la castigaron, no se movió de ahí. No tenía fuerzas en el alma ni en las piernas para irse. Empezó a comerse pedacitos de sí misma. Y poquito a poco, pedacito a pedacito, se consumió por completo. Cuando se quedo en los puros huesos, se paró y empezó a caminar los días y la noches enteras. Recorrió toda la tierra, todo el mar y después todo el cielo. Así que ahora "La muerte", como le dicen muchos a Doña Angélica, es la que ayuda a las personas a encontrar su sendero cuando quieren llegar a un lugar muy lejano. Porque a ella le gusta ayudar y se conoce todo el camino. Por eso hacemos el pan de muerto, pa' comernos un pedacito de Doña Angélica y que nos de fuerza para continuar caminando sin los seres que ya no están aquí con nosotros.-
Los dos se quedaron en silencio. Camilo se quedó pensando un largo rato y luego se paró de la mesa para encender las veladoras de la ofrenda.

4.11.10

Plagio

Alguna vez leí en la sección de "Citas Citables" del Selecciones Reader´s Digest una frase de Woody Allen muy similar a la que se me ha ocurrido esta tarde. Si acaso la menciono por atención a su originalidad, pero la mía es más audaz (desde mi perspectiva):

"El sexo sin amor es como una mañana sin Sol. Aunque de vez en cuando disfruto mucho los días nublados".

...Suerte que soy virgen.

9.10.10

Puntos de fuga

Algunas veces me pregunto seriamente porqué soy tan voluble. He descubierto que no actúo sistematicamente bajo ningún esquema. Creo que vivo revuelto entre mi mente fría, mi pulso inestable y mi pecho hirviente.

Y aunque eso depende de mi ánimo, me conozco demasiado bien para saber como reaccionaría dependiendo de las circunstancias.

Lo importante en este día y en estas letras, es que no he dejado de ser yo.





Del pecho: Ya te voy a querer más poquito nomás porque me hiciste chillar.

De los intestinos: Gotas saladas rodaron por mi mejilla. Retiro mi oferta de amarte hasta el final.

De la frente: Te tendré en menor estima debido a la aflicción que me has causado.

10.6.10

El pescadero

Mis días de infancia siempre fueron en el mismo entorno. Iba de mi casa a la escuela, de la escuela a mi casa, iba los lunes al tianguis con mi madre y sólo ocasionalmente salía de la colonia.

Por esa razón, cada detalle contenido en esa caminata de dos cuadras se quedó grabado en mi cabeza casi como un estigma: las rayas con forma de cocodrilo en la banqueta; el gran bloque de hielo para preparar raspados en la mercería que habìa a mitad de la calle; el saludo del señor de la papelería (que merece un escrito a parte por su carácter intelectual, mediocre y reaccionario); y El PESCADERO de la esquina.

Era un señor de unos treinta, cuarenta o cincuentaitanos, nunca lo supe. Moreno, estatura mediana, de buen humor y cordial hasta donde mis recuerdos lo alcanzan. Era una suerte de figura mítica para mí porque siempre me resultó un enigma cómo es que una persona pudiera dedicar su vida a vender peces muertos y andar todo el día entre aromas fétidos.

Sacaba una mesa frente a su casa y ahí ponía su mercancía. Un pedazo de tronco, varios cuchillos y una lima eran sus herramientas. La banqueta llena de escamas y una cubeta con intestinos, corazones y tal vez algunos páncreas de pescado eran los adornos de su negocio.

La verdad yo me divertía viendo como fileteaba la carne mientras daba su explicación (cual biólogo marino ante un especímen raro). Compartía recetas e ideas con mi madre para preparar el plato fuerte de la comida. Me dejaba tocar los ojos medio secos de los peces que parecían gelatinas a medio cuajar. Había cierta empatía entre nosotros y me hacía sentir el cliente más especial cuando me guardaba su famoso pez jorobado. Ni siquiera sé si es un pescado difícil de conseguir pero él hacía que pareciera más exclusivo que el caviar.

Pues bien, después de unos quince años he vuelto a verlo. En la misma esquina, con la misma mesa y con la misma cara eclipsada por el acné de treinta, cuarenta o cincuentaitantos años. Al acercarme escuché que silbaba una melodía desconocida mientras le metía cuchillo a un huauchinango. Volteó a verme y me sonrío. Sólo dijo un "Hola, guero" como si me hubiera visto el día anterior. Fue un saludo igual de familiar que el resto de la escena. Respondí con una sonrisa y un saludo brevísimo.

Me pregunto si el tiempo se ha detenido en mi colonia. Si el pescadero es realmente un ser sacado de un cuento o si mis días de infancia aún no han terminado...

2.11.09

Cretino...

Recuerdo las tardes que pasaba en el apartamento de mi abuela. El tío Bobby pasaba por mí después del colegio y me llevaba en su lujoso auto deportivo. Recién llegábamos a la casa, me envíaban a mi alcoba a hacer mis deberes y después nos sentábamos a la mesa a tomar estofado de batata y filete con vegetales. La comida no sabía tan mal a excepción de los guisantes, pero obviamente hubiera preferido un emparedado con patatas fritas, un perro caliente, un vaso de soda y un poco de mantecado con crema de maní para el postre.


Sin embargo, también había cosas geniales como el columpio del patio trasero hecho con un neumático, los juegos en la piscina o las tardes cuando nos disfrazábamos con atuendos graciosos en el ático.


Años más tarde mamá y papá me dijeron que tenía que ser un chico independiente y conseguí un empleo durante el verano sirviendo de camarero en el merendero del vecindario. La especialidad era el pudín de arándanos y los panqueques con bayas. Era un sitio al que solían asistír los muchachos del equipo de baloncesto y algunos chicos rudos del equipo de Football.


Las cosas marchaban fabulosamente: Tenía buenas notas, con el dinero que ganaba en el merendero podía costearme ciertos lujos como ir al autocinema o ir a jugar bolos y gracias a la efectividad de mis flirteos con las clientas conseguí salir con la jefa de porristas. De hecho, gracias a ella conocí al señor Wallace, el entrenador en jefe del equipo de Football. Un sujeto duro con anteojos para sol, salido de la costa Oeste y condecorado por su valor en la guerra de Vietnam.


Nunca entendí que fue lo que vio en mí el señor Wallace pero me invitó a jugar en su equipo y dos meses después me promovió como mariscal de campo, lo cual fue estupendo porque las chicas dejaban notas en mi casillero pidiéndome ser mis compañeras de equipo en los proyectos de Ciencias.


Un día de acción de gracias, estaba toda mi familia sentada a la mesa en la vieja cabaña del tío Phil cuando alguien tocó la puerta. Era el tío Bobby con su flamante y hasta entonces desconocida pareja: El señor Wallace. Me incorporé deprisa y traté de recuperar el aliento para saludar a los recién llegados pero lo cierto es que no pude verlos a los ojos. Voltee hacia el televisor, hacia el perchero y hacia el pórtico pero mi mirada se negaba a ver que mi tío Bobby... ...estuviera con mi ex.


Mi rostro palideció y tuve que recostarme en el sofá por unos instantes. Mis padres preguntaron qué me pasaba y les dije que tanto ponche me había venido mal. Pero el tío Bobby supo de inmediato lo que sucedía.
Minutos después regresé a la mesa, tomé el cuchillo afilado y le corté la garganta. El cretino se retorcía repulsivamente mientras mi madre lanzaba un alarido tan fuerte que facilmente escuchó la mitad del condado.


Lo demás fue llegando tan rápido que lo veo sólo como imágenes de estampilla pegadas en un álbum: Llamada al 911; Paramédicos; El alguacil; el departamento de policia; la cárcel estatal y por último, hace unos instantes, el reverendo dándome la bendición antes de la inyección letal...
 


 
 

26.4.09

Listo

Antes de eso, muchas veces me había preguntado cuanto me duraría la vida. Siempre he sido de la idea de vivir a plenitud y un poco alocado, pero nunca perdiendo de vista que la vida te pagará con justicia, para bien o para mal, lo que hayas "ahorrado".

Ese día, cuando iba de regreso a casa mi auto dio varias vueltas en el aire. No vi mi vida pasar frente a mis ojos, nada más sentí que moriría. En vez de eso, sólo salí escupiendo vidrios y con un rasguño en la mano menor que la yema de mi dedo meñique. Ni hace falta escribir los detalles porque probablemente nunca los olvide. Lo cierto es que mi vida cambió al momento de sentir el final y saber que he vivido bien. He cambiado en algunos hábitos, he valorado diferente varias cosas, pero en lo general puedo decir alegremente que estoy listo para lo que venga.

¿Reflexión? Claro que me ha llegado... ¿Redefinición? No, tan Carlo como siempre.



24.12.08

Cam - bio

En la infancia a las niñas les gustaban las muñecas y a los niños los cochecitos... ¿En qué momento se invirtieron los papeles?

21.12.08

De la suela al caucho.

Recuerdo la etapa en la que, recién aceptado como alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, disfrutaba regresar caminando a casa aunque se tratara de distancias considerables.

Ya entrado en la Universidad, alguna vez repetí la hazaña pero la cantidad de kilómetros convertían lo disfrutable en sufrible así que dejé de hacerlo. Fue entonces que me hice un usuario extrafrecuente del metro: era notablemente más rápido y mucho más barato que el transporte terrestre (sí, de vez en vez tenía que pedirle dinero prestado a mi hermosa novia para el costoso camión).

Seis o siete horas diarias en el metro durante tres años fueron suficientes para conocer todas las bondades de este transporte: siempre alcanzaba para una cerveza más y ni a mi más fiel compañero de parrandas ni a mí nos pasaba por la cabeza aquello del conductor pseudodesignado. En aquellos días la única causa de preocupación era terminar la fiesta antes de la medianoche para que nuestra limusina naranja nos pudiera llevar con bien a casa.

Supongo que las apuraciones y las complicaciones de horario me condujeron al incosteable mundo del taxi. Llenar mis bolsillos de dinero por la mañana y encontrarlos vacíos por la noche se volvió rutinario y frustrante. Por fortuna, gracias a varios meses de ahorro y del favor de mi padre al venderme su coche un poco más barato de lo justo, mi vida de tornaría más cómoda.

Era un Ford Escort 1998. Nada parecido al Golf blanco 1991 que había idealizado en la preparatoria pero que ni hace falta decirlo, superaba las expectativas. “Rojo bravía” decía la factura; “coche de cincuentona” decía yo. Como fuera, me sentí soñando desde la primera vez que me senté al volante sabiendo que ya era mío y que ello significaba otro gran paso hacia mi independencia…

Como es fácil prever, con ese auto viví innumerables aventuras, corajes, irresponsabilidades, sonrisas y misiones. Lo tuve poco más de un año, pero llegué a conocer perfectamente sus capacidades y me confié a ellas. ¿Cómo no guardarle algo de estima a la máquina a la que le confías tu vida?

Cuando fue tratado con más esmero más de una cana verde me sacó. Cuando dejé de sobreconsentirlo, se portó mejor que el más fiel corsel…

Tal vez lo extrañaría si no se hubiera cruzado este nuevo amigo en mi camino. Le he llamado BLUES, pero vivirá a la sombra del recuerdo del buen Escort, hasta que formemos nuestra propia historia.

El mejor estacionado de mi vida

23.11.08

Imprudencia

Ya sé que para la coquetería no hay reglas, pero espero que todos tengamos claro que no se puede andar por la vida diciéndole a un soltero que "es guapo", preguntando "¿ya te dije que me caes muy bien" y encima ser bonita y sonriente sin esperar respuesta. Mucho menos si se cae en ese tipo de conductas en un mismo día...
Y no conforme con eso, todavía escribe con tono dulce y atento...
¿Quién se cree? ¿Eh?

6.7.08

Para encontrar un nuevo Origen.

Dos objetos en el Plano Cartesiano se mueven en direcciones opuestas al Origen sobre el eje de las abscisas . En este momento el Objeto “A” se encuentra en el punto (-100.0) y el Objeto “O” se encuentra en el punto (100,0).

Si por alguna circunstancia, el Objeto “A” se parara en el punto actual, el Objeto “O” avanzaría al punto (101,0).

Si el Objeto “A” cambiara su dirección y se moviera al (-99,0), el Objeto “O” se detendría.

Si el Objeto “A” avanzara al (-98,0), “O” conservaría su dirección, pero retrocedería al (99,0).

Si “A” fuera al (-97,0), “O” se detendría para verificar el comportamiento de “A”.

Si “A” se adelantara al (-96,0), “O” cambiaría su dirección volteando hacia el Origen.

Si “A” llegara al (-95,0), “O” avanzaría al (98,0).

Si “A” siguiera hasta el (-94,0), “O” caminaría al (97,0).

Si “A” fuera al (-93,0), “O” correría al (95, 0).

Si “A” decidiera ir al (-92,0), “O” tomaría impulso y llegaría al (90,0).

Si “A” en un arranque de locura caminara a paso veloz hasta el (-91,0), “O” volaría hacia ella, cruzaría el Origen y se encontrarían en el (-90,0).

Ambos se quedarían mirando por un instante, luego se abrazarían. Por primera vez en la historia del Plano Cartesiano, el Origen dejaría de ser el (0,0) y comenzaría a ser en el (-90,0). “AO” flotarían entonces al (-90,1), (-90,2), (-90,3), (-90,4)…

Te quiero.

9.5.08

Burla agendada

De niño siempre creí firmemente que los adultos disfrutaban con mi ridículo. Ciertamente el embarrarle la cara a un niño de seis años con su propio pastel mientras apaga las velitas, y encima mearse de la risa, no es el gesto más amable que le he conocido a alguien.

Eso sin olvidar la infancia más temprana, cuando nos hacen repetir palabras difíciles (o altisonantes, en un arranque de naquéz) sabiendo que obtendrán a la hora de la reproducción, cierto balbuceo ininteligible que terminará siendo el nefasto atractivo de las reuniones familiares: “Ebos budo” dice el niño de dos años, mientras el primo ñoño de nueve se escandaliza. “No, pus si te digo que es un cabroncito” repone el responsable padre a la vez que ayuda a su chiquitín para que forme sus caracolitos con la mano.

Y por favor, no dejemos atrás el gran festín, donde se puede ver a detalle el impulso de venganza y arbitrariedad adulta hacia la niñez: el festival del día de las madres en las escuelas primarias. Creo que no fui conciente de toda esta malicia sino hasta hoy, cuando me sorprendí riendo con una sutil saña de mi hermano menor.

La cita fue a las ocho y media de la mañana, aunque el festival comenzó a las nueve, siguiendo la milenaria tradición de la impuntualidad en este tipo de eventos. En la entrada, decenas de mamás haciendo fila platicando entre ellas de lo retrasadas que llegarían al trabajo y sobre el altísimo precio que tuvo el trajecito típico de oaxaqueño que ostentaría su hijito de tercer grado. De hecho, una señora regordeta, moviendo insistentemente la cabeza y cacareando de forma hostil para hacer patente su desagrado, le comentaba a la de enfrente: “la maestra dijo que de crepé no, pero yo le dijé que no haría el gasto nomás pa´ que mijo se lo ponga una vez y luego lo deje…está creciendo muy rápido y… cua cua cuacua cua cuacuacua…”. Pero eso sí, todas muy formaditas, ansiosas por el comienzo del espectáculo.

Van llegando a la pista de baile (la cancha de baloncesto de la escuela) los niños de quinto año con sus flamantes trajes rocanroleros: Ellas con faldas brillantes, diademas de algodón y luciendo sus percudidas calcetas blancas que usan a diario con el uniforme; ellos con pantalón de mezclilla, camiseta blanca, lentes oscuros y el cabello tieso. El rock de la cárcel, Popotitos, El rock del angelito y Agujetas de color de rosa mezcladas sintonisón de forma poco melodiosa, son el fondo que marca a los niños el cambio de paso en el baile. Justo en el centro y en la fila del frente, una niña muy bien peinada anima a sus compañeros con actitud de líder. Parece ser la nerd que dentro de algunos meses recibirá la bandera y marchará cada lunes con una sonrisa patética, casi presumiendo su inteligencia. Probablemente sea la misma niña que veamos dentro de poco, en el grupo selecto del cuadro de honor, haciendo doble o triple ridículo por gusto mientras recibe su diploma, en una ceremonia especial.

Después de un corte violento a la música y algunos aplausos hipócritas, sigue el turno del cuarto grado. Mi hermano tiene cara de disgusto y con justa razón. Yo me limito a sonreír, pensando: “Ni modo, chaparrín. A todos nos toca hacerle al payaso de niños y ahora yo estoy desde donde se arrojan los jitomatazos, muahahaha”. A la cachi cachi porra al ritmo del mambo es la condena que tendrán que pagar los angelitos. En esta ocasión, hay toda una ensalada de personajes. En la segunda fila, un niño muy menudito, acapara la vista del público meneando las caderas de forma singular y rítmica. Tiene cierto toque de delicadeza, que en el caso de conservarla, comenzará a ser causa de burla en la adolescencia. A dos metros de distancia, un rechoncho mantecón le da sabor al asunto haciendo brincar sus lonjas. La gente lo señala riéndose a carcajadas, como si se tratara de los mandriles en una jaula del zoológico. Él, al pensar que los aplausos dirigidos a su persona son por admiración, muy contento mueve el trasero de forma pintoresca. Un grupo de señoras maquilladas casi como payasos (aunque ellas crean que se ven muy monas), se salen de control y empiezan a mover los brazos alentando al pobre muchacho para seguir mofándose de él. Por las facciones, tal vez se trate de su santa madre y sus queridas tías, pero yo las miro con repudio… y luego con complicidad. Finalmente en la última fila, pegado al asta bandera, el muchachito alto a quien comienza a crecerle el bigote precozmente. El más bajo de sus compañeros debe llegarle a la altura de las costillas. Entre semana seguro que es el más popular entre las niñas, el más destacado en los deportes, y el más respetado por sus compañeros varones que temen a la tiranía que le proporciona su grandeza física. Pero hoy, es el chico al final del patio, carente de carisma, desangelado, moviendo los brazos con desgano. Su gesto es de aburrimiento y a la distancia pareciera que es el maestro de Educación Física enseñándole la rutina a sus pupilos.

Terminan su numerito e inmediatamente entran a escena los pequeños de segundo año. Aparentemente, el mejor número de todos: los niños todavía no desarrollan pena al ridículo, se nota el tiempo invertido para el montaje de la coreografía, y la corta edad del alumnado me arranca una sonrisa honesta y dulce. No han pasado ni dos minutos cuando desde última fila “Do-ña Gua-ca-ma-ya” se hace presente. Es una señorona de unos sesenta años incapaz de pronunciar cuatro palabras antes de que el aire de sus pulmones se acabe. El sonido que emite antes de cada inhalación es grotesco, algo entre asma y tartamudeo atropellado por las risas. “¡Miraaaaagggh aaaaaghh Miguelínggghhh coooooggghh jajajajajagghh cooomooooogggghhh mue jajajaggghh mueveeeeegggghhh su coliggghhh su colitaaaghh jajajagghh!”. Me da un poco de asco la flema silbante que con seguridad saldrá de su garganta dentro de un par minutos.

Mi hermano ya bailó, se me hace tarde para llegar a trabajar y decido que es demasiada burla para un solo día. Es como si todos nos congregáramos para vengarnos silenciosamente por las bufonadas de nuestra niñez y así siguiéramos con el ciclo de ese incesante martirio.

Regreso a mi casa preguntándome si en las escuelas privadas también se podrá apreciar todo este folclor. A lo mejor no. Quizás a los padres de familias acomodadas les basta con disfrazar a sus hijos de Pitufo, de Buzz Lightyear, o de Spiderman en pañales desde que cumplen su primer año de vida.

De niño siempre creí firmemente que los adultos disfrutaban con mi ridículo. Pero ahora, afortunadamente nadie tiene que llevarme la mano para hacer la seña de caracolitos cuando la risa de alguien me pone de mal humor.

13.4.08

Cuando me pierdo...

A veces me pierdo de todo, hasta de mí.

Hay momentos en los que me gusta estar solo para pensar, para reconocerme y para corroborar lo cambiante que soy.

Mi esfuerzo por estar bien no se ha relajado pero conforme voy conociéndome censuro menos mis actos y sentimientos.

La vida me jala en algunas cosas y yo la empujo en otras.

Me he vuelto bastante temerario. Tanto que en ocasiones me observo con gracia.

Cada vez soy menos extremista, lo que me hace pensar que poco a poco la calma interna y personal empieza a llegar...

Y sin embargo, sigo siendo tan pasional como en el principio de mis días. La diferencia es que ahora tengo unas ganas metódicas de levantarme después de cada tropiezo.

Cuando me pierdo, no tardo mucho en encontrarme de nuevo. Cuando me encuentro, a veces sigues estando tú ahí.

10.2.08

Rayitas.

Nunca me he caracterizado por ser una persona desapegada. Tal vez un poco imparcial y sin creer en las "personas perfectas" pero siempre conservando en mis adentros cariño por la gente importante.

Claro que también es conocido mi raro proceder ante algunas situaciones y mi tendencia a actuar según mi sentido personal y no en el "sentido común".

Diciendo esto, entonces igualmente debería aceptar que me mantengo como una persona comprometida con su felicidad, aunque en ocasiones ese objetivo me conduzca irremediablemente al egoísmo.

Nunca he lastimado a nadie a propósito, con el fin de hacerle algún mal. Pero muchas veces le he dado prioridad a mi bienestar a sabiendas que mis acciones podrían lastimar a alguien más.

Es por eso, que frecuentemente subrayo en mis conversaciones: "NO SOY BUENO". Como si haciendo la advertencia y su respectiva explicación pudiera exentarme de culpa. Y sin embargo: ¿Por qué cambiar en algo de lo que no estoy seguro de estar mal? ¿Por qué tendría que cargar con el malestar de alguien más, quitándole responsabilidad por su decisión (consciente) de estar conmigo? Con el tiempo también he aprendido a valorarme y a quererme así de defectuoso, debo decirlo.

Pero (como siempre digo, siempre hay "pero" en cualquier discurso) sí han cambiado algunas cosas en mí. A pesar de seguir siendo bastante caprichosito y egoísta, puedo darme cuenta como es que poco a poco dejo que mi pasionalidad imponente se quede quieta un momento para escuchar lo que quiere el de enfrente. A cada momento le quito un pedacito a esa etiqueta que yo mismo me había pegado con el letrero de "Soy Carlo, tu mejor opción". Y eso mismo me empuja a establecer límites que nunca en la vida pensé autoimponerme. Tal vez te quiera cerca, pero dejaré que tu cruces esa rayita de la que no he pasado.

...total, si no la cruzas, creo que todavía me quedará gis para mantener la ilusión y seguir pintando líneas.

Y eso, en mi eterno sentido propio se llamará respeto.

17.12.07

Traviesoneto

Me paro de puntitas y te alcanzo,
me acerco a tus mejillas y las beso;
parezco ratoncillo oliendo queso
y hasta encontrar tu boca yo descanso.

Después mi forma cambia a la de un ganso:
Exhibo mi plumaje y me enderezo.
Te miro divertido, soy travieso;
juego, brinco, aleteo y no me canso.

Y tengo que escribir letras felices
para contarte lo que estoy sintiendo:
Me lleno de emoción y adrenalina.

Me encanta mi cachete en tus narices;
adoro que te la pases sonriendo
y me agrada ser “niño plastilina”.

25.10.07

Sin ti...

Me esforcé demasiado por estar bien contigo y no se pudo de ninguna forma. No tienes ni una pequeña idea de todo lo que he querido, olvidado y sufrido por tu causa. En estos meses (o años), a veces he sentido que sólo llegaste a mi vida para jugarme algún tipo de broma: Me atrapaste, me hiciste feliz tanto tiempo y luego te llevaste toda mi calma.
.
Constantemente me preguntó qué es lo que hice tan mal como para que te negaras a quedarte en mi vida. Te he odiado, te he añorado y he intentado ignorar tu existencia, pero ¡NO PUEDO! Cada vez que comienzo a pensar que estoy aprendiendo a arreglármelas sin ti, algo viene a recordarme que es imposible ser feliz sin ti. Es más, es infructuoso pretender ser feliz si no estás.
.
Lo peor es que estoy seguro que si quisieras regresar no podría negarme. Porque te sigo deseando como lo he hecho desde el primer momento en que te descubrí. Ilusión, regresa y no te vayas más.