El sonido de las letras

24.12.08

Cam - bio

En la infancia a las niñas les gustaban las muñecas y a los niños los cochecitos... ¿En qué momento se invirtieron los papeles?

21.12.08

De la suela al caucho.

Recuerdo la etapa en la que, recién aceptado como alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, disfrutaba regresar caminando a casa aunque se tratara de distancias considerables.

Ya entrado en la Universidad, alguna vez repetí la hazaña pero la cantidad de kilómetros convertían lo disfrutable en sufrible así que dejé de hacerlo. Fue entonces que me hice un usuario extrafrecuente del metro: era notablemente más rápido y mucho más barato que el transporte terrestre (sí, de vez en vez tenía que pedirle dinero prestado a mi hermosa novia para el costoso camión).

Seis o siete horas diarias en el metro durante tres años fueron suficientes para conocer todas las bondades de este transporte: siempre alcanzaba para una cerveza más y ni a mi más fiel compañero de parrandas ni a mí nos pasaba por la cabeza aquello del conductor pseudodesignado. En aquellos días la única causa de preocupación era terminar la fiesta antes de la medianoche para que nuestra limusina naranja nos pudiera llevar con bien a casa.

Supongo que las apuraciones y las complicaciones de horario me condujeron al incosteable mundo del taxi. Llenar mis bolsillos de dinero por la mañana y encontrarlos vacíos por la noche se volvió rutinario y frustrante. Por fortuna, gracias a varios meses de ahorro y del favor de mi padre al venderme su coche un poco más barato de lo justo, mi vida de tornaría más cómoda.

Era un Ford Escort 1998. Nada parecido al Golf blanco 1991 que había idealizado en la preparatoria pero que ni hace falta decirlo, superaba las expectativas. “Rojo bravía” decía la factura; “coche de cincuentona” decía yo. Como fuera, me sentí soñando desde la primera vez que me senté al volante sabiendo que ya era mío y que ello significaba otro gran paso hacia mi independencia…

Como es fácil prever, con ese auto viví innumerables aventuras, corajes, irresponsabilidades, sonrisas y misiones. Lo tuve poco más de un año, pero llegué a conocer perfectamente sus capacidades y me confié a ellas. ¿Cómo no guardarle algo de estima a la máquina a la que le confías tu vida?

Cuando fue tratado con más esmero más de una cana verde me sacó. Cuando dejé de sobreconsentirlo, se portó mejor que el más fiel corsel…

Tal vez lo extrañaría si no se hubiera cruzado este nuevo amigo en mi camino. Le he llamado BLUES, pero vivirá a la sombra del recuerdo del buen Escort, hasta que formemos nuestra propia historia.

El mejor estacionado de mi vida